La acción del Arte es el envés de la acción de la Santidad

El arte, dice Nietzsche, es la tarea más alta y la actividad metafísica esencial de esta vida.

«La acción del Arte es el envés de la acción de la Santidad: la primera busca la grandeza en la humildad, la segunda encuentra la humildad en la grandeza”. Aportaba Igor Markevitch

 La vida de  un creador, está plagada de  una serie de luchas perpetuas, de las luchas propias de los innovadores, a las que se agrega la agresión incesante de aquellos que tienen el alma enferma por las bajas pasiones.

Situados frente a la obra de un creador, nos encontramos con un artista que, produce sus obras utilizando el conocimiento intuitivo de la materia, buscando en el subconsciente todo ese conocimiento almacenado a través de tantas y tantas experiencias de vida, pero que como ser pensante, hace que su razón lo lleve a tomar conciencia clara de las realidades que su subconsciente conoce solo por instinto: de ahí que su intuición y su inteligencia entren en juego. De ahí que cuando nos hallamos ante una obra de Arte bella, equilibrada, proporcionada, precisa, sutil nos encontremos frente a un espíritu sano y fuerte, sino también ante un ser  que con un esfuerzo casi inhumano es capaz de sumergirse en el dolor, la locura y la exaltación  que asedian al genio creador.

He aprendido cuanto sé, directa o indirectamente, gracias a la música y a mis tres abuelos. Si han leído bien – tres-: dos abuelos de sangre y uno de música, al que no llegue a conocer personalmente.

El primero, militar de la República. Un hombre de una gran cultura y un pensamiento liberal que me enseñó a leer con apenas dos años y me hizo amar la poesía, la literatura y la historia.

El otro, también Republicano. No sabía ni leer ni escribir pero me enseñó a observar la naturaleza y la vida. A escuchar y a respirar el viento de las tierras del Montsià.

¡Cuánta experiencia me ha insuflado el viento!, Observar como en cada aspiración entra el aire en la sangre, como la oxigena  y produce uno de los secretos más grandes del espíritu. Por el aire entran en nosotros esa inteligencia intuitiva que une el macrocosmos del mundo al microcosmos de las células. Respirar es pensar. La libertad es un aire que se respira.

Me mostró cuánta ternura manifiestan los ríos, cuántos consejos recorren sus corrientes.

Seguir la historia de una idea es como seguir un curso de agua. El agua cambia según lo que la rodea, volviéndose alternativamente clara o turbia, agitada, detenida, precipitada, engullida por lo que la precede hasta perderse.

Ante un obstáculo busca otros caminos, desaparece de la vista, y se muestra dispuesta a infiltrarse y ocultarse. A veces se repliega, para acumularse y, fortalecida así por su mayor volumen, se hace energía y consigue la fuerza que le bastará para apartar el obstáculo y vencerlo. Otras veces se fusiona con algún elemento afluente y desarrolla entonces poderes nuevos.

Observando las estrellas me enseñó a tratar de ver claro. A no aceptar los espejismos de una realidad engañosa. A no dejarme acunar por las apariencias de una falsa felicidad. A no permitir que los aduladores y los bufones  con sus vanos «lisonjeos» me cubriesen los ojos con aquellas telarañas que no dejan ver la verdad aunque esta resulte sórdida. A no huir de la realidad para no huir así de los sueños

Mi tercer abuelo, mi abuelo musical Igor Markevitch, adquirió este parentesco en el momento en que yo me convertí en alumna y por tanto hija musical de  a su vez su hijo musical: el Maestro Galdúf.

Markevitch fue el primer director de orquesta que vi en directo. Era muy pequeña pero ese día se despertó mi vocación y decidí seguir sus pasos. Años después durante mis estudios de dirección de orquesta en el Conservatorio pude acceder a sus conocimientos a través de mi maestro.

Mediante sus escritos, me enseñó a poner armonía y orden en el moverse de mi pensar. Me transmitió como, mediante la música, el pensamiento está integrado enteramente al resto del  organismo y que su calidad depende del equilibrio del propio cuerpo. “Ser un buen instrumento de música –decía- salva al cuerpo y al espíritu de numerosas vicisitudes”.

Con el estudio de sus partituras aprendí que la música se organiza como el pensamiento: hay una idea principal, que se reviste constantemente de pequeñas ideas, de otros pensamientos, de recuerdos, de reflexiones, de transiciones: la imagen misma del desarrollo sinfónico.

En sus reflexiones observa constantemente como el sonido es la ligazón perpetua entre el Universo y nuestro conocimiento.

Como se produce esa extraña comunión entre la orquesta productora del sonido y el público, invadido este por oleadas de timbres, armonías y melodías que lo penetran todo con sus vibraciones, en forma de fluido que traspasa los cuerpos y engendra innumerables efectos, generalmente ignorados.

Pero quizás la transmisión más importante, la enseñanza suprema, ha sido ver  como cada vez que  Markevitch era atacado como todos los grandes creadores, cuando se le creía llegado al límite del sufrimiento físico y moral, se rehacía, volvía a encontrar su unidad, se recomponía y, cual Fénix, Ígor, El Pájaro de Fuego, retomaba el vuelo

No es un azar, pues, que hoy acabe estas palabras con la frase final del oratorio El Paraíso Perdido del “abuelo” Markevitch: “Los nobles de espíritu verán el árbol de la vida cuyas hojas sanarán a los pueblos”

(Imagen:  La Foradada By lluket [CC BY-SA 2.0], via Wikimedia Commons )

 

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