Cuando nos encontramos ante una Obra de Arte, nos vemos –no sé por que extraño instinto- , en la obligación de emitir un juicio crítico.
El proceso comienza con una percepción seguido de una afirmación y concluye con una evaluación, casi siempre incompleta, frívola y banal que desemboca en el juicio que sentencia la Obra de Arte.
Un juicio típico sería: “Esta obra tiene una cualidad dramática, una intensidad y unos colores que brillan con magia. Me resulta estimulante y me gusta ya que siempre disfruto de una Obra de Arte” o “Presenta un equilibrio adecuado entre -por ejemplo– simplicidad y complejidad; las distintas partes de la obra; la luz y la sombra…” .¿Qué se quiere decir? , ¿Qué la obra no es demasiado caótica, ni demasiado gris, ni simplista, ni demasiado compleja? O “¡Es bueno, pero no me gusta!” o al contrario
“¡ Será malo, pero me gusta!” . ¿No será que muchas veces no estamos a la altura de las Obras Maestras y preferimos dedicar nuestro tiempo a aquellas obras que no nos exigen esfuerzo alguno?. ¿No será que es ésta la forma en que un individuo reacciona ante la personalidad de un artista?.
Existe también aquella manida frase: “Pasó la prueba del tiempo….”. Como si la supervivencia de una obra fuese un hecho suficiente para obtener el favor del crítico. Se conservan piezas mediocres y se han perdido otras buenas, de la misma manera que el bueno puede sufrir y el malo escapar del castigo.
Finalmente queda una última ¿evaluación? : “¿ De quién es la obra?” o “¡Tal persona la elogió! ” cuando en realidad están pensando: “Déjame ver quién eres y sobre todo qué representas…”
Quizás frente a una Obra de Arte, lo honesto, es no plantear motivos para un juicio. Quizás sea más gratificante buscar la fuente de la belleza en la propia obra, mirarla con los ojos del corazón y percibir el sentir del artista detrás del paisaje.
Dice Gombrich “ARTE ES TODO AQUELLO QUE CONMUEVE”